martes, 9 de septiembre de 2008

Lima nublada

Lima es una ciudad donde nunca se ve el sol. Los últimos días de su invierno son templados y pesados. A las seis decae el sol; a las ocho la noche ya es espesa. Es esta una ciudad sin límites, donde el océano más grande de la Tierra sólo se intuye, donde la vida parece discurrir lejos del mar, aunque el mar sea la inmensidad del Pacífico.
Patear el centro de la ciudad en un domingo festivo es hundirse en una marea de colores: la Virgen de los Milagros se presenta en sociedad. Los niños homenajean a la Virgen con alfombra de pétalos de flores y los maridos llevaban al cuello corbatas anudadas por sus mujeres.
El centro de Lima está entre las avenidas de Tacna y Abancay. El centro de Lima, tal y como lo ideó Pizarro, queda como un tablero de damas, un tablero donde miles de casitas coloniales se encallan en sus casillas. Me encantan los nombres musicales de las calles: parecen que inspiran historias. Entre medias está la Plaza de Armas, la Plaza Mayor, donde están todos los poderes limeños y peruanos: toda la algarada de la burocracia dándose la mano.
La comida nunca va a ser inocua: todos los sabores resplandecen en el Perú. El camote hervido, el ceviche tierno, el arroz especiado, los chupes y los caldos, el pollo a la brasa... Ningún plato carece del matiz esencial que integra al pueblo, a sus costumbres, con el fondo de su tierra.
Transitar la ciudad en ómnibus, en las maravillosas combis de recepcionistas alelados y vivísimos, es reflejar un estado de ánimo que se sustenta en la sensación de que el azar en estas ciudades tiene un gran peso en las vidas de las personas. Hay que tener cuidado en Lima: el ciudadano tiene que estar agilito y tener mil ojos para no ser sellado en el asfalto. Esta ciudad es la velocidad de las avenidas, pero también el reposo de los limeños tranquilos, que conviven hastiados por el cielo nublados y eléctricos por el olor a combustible que se maneja en todos los distritos de la ciudad.
Lima es la ciudad de las ciudades. Un montón de distritos, de miniciudades (que ya de por sí son ingentes) se han ido pegando y han creado un mosaico de nomenclaturas latinas que crean la municipalidad: Miraflores, San Isidro, Jesús María, Comas, Breña, Pueblo Libre, el único distrito de la ciudad donde flameó la bandera peruana después de la conquista de los chilenos.
Desde el mirador de San Cristobal la ciudad es una diseminación de vidas que nunca van a conectarse. Pasa siempre en las grandes ciudades, pero en estas urbes sin principio y sin fin la sensación de desproporción del hombre y su entorno se hace especialmente desquiciada.
Las avenidas son un escalectrix con baches, donde los taxistas compiten y compiten y parecen ofrecer una dimensión irremisible del choque. Los niños tienen la mirada profunda de la habilidad, cierta tristeza dura que parece llamar la atención de la injusticia y en los pasos de cebra muchos venden caramelos y hacen volteretas para ver si alguien se anima y le suelta algunos céntimos. Son ellos los niños olvidados en los acantilados de las urbes ciegas.
Lima es el cielo gris de los domingos, el hormigón desgastado y esmaltado, la línea intuida del Pacífico y la flor caída de un volcán milenario.

Eugenio Blanco

2 comentarios:

ASR dijo...

Hola Eugenio... antes no estaban abiertos los comentarios ¿verdad? Bueno... es un placer leerte. Qué bien escribes... A partir de ahora os seguiremos desde Guatemala y pronto desde España. ¡Suerte!

Anónimo dijo...

Donde andais chicos!!!
Que lindo leeeros.
Belisa